20 de Septiembre de 2.000
Querido Lobo:
Cuántos años han pasado ¿no? Seguramente Ud.
está entrecano y con algún diente postizo, igual que Yo. Seguramente tendrá
nietos. Yo tengo una que se llama Sidonia. Tuvimos varias discusiones de
familia para que no la llamaran con un sobrenombre, Gordi, por ejemplo. Porque tenía
unos rollitos que Ud. se hubiera almorzado.
Hablé con mi hija y mi
yerno y les conté lo feo que fue para mí darme cuenta, ya de grande, que mi
nombre real se borró de un saque porque a mi abuela se le ocurrió llamarme para
siempre como a esa capucha roja hecha por sus propias manos. Y lo peor es que yo no me daba cuenta. Y el mundo
entero la apoyó.
Ud. se preguntará por
qué le escribo. Bueno, ya que no lo maté cuatro o cinco veces como por momento
tuve ganas, hoy quiero atar algunos hilos sueltos de nuestra historia.
Quiero contarle por
ejemplo que yo fui al bosque porque mi mamá, con esa costumbre que suelen tener
muchos grandes, me mandaba de delegada frente a mi abuela en lugar de ir ella.
¿No le parece arbitrario que mamá (sin motivos conocidos) mande a nena chica a
que atraviese bosque con lobo para llevar manteca y tortas a abuela enferma? No
entiendo por qué, si Ud. estaba en el bosque y ella lo sabía y también sabía de su apetito, esa mamá mía no me
acompañó o me enseñó a defenderme.
¿A Ud. le enseñaron
algo sobre las chicas que iban al
bosque? Seguro que le dijeron que yo solamente era “comida” y que para ser un
buen lobo había que comerse una chica.
Bueno, ahí andaba yo,
sola. Pero el bosque estaba lleno de otras cosas. Además de las flores con las
que mi mamá me dijo que no me entretuviera, había pájaros, escarabajos que
hacían divertidas pelotas, cañas para hacer flautas, olores misteriosos. Me
llené de preguntas. ¿Por qué las palomas hacían nidos tan pero tan chatos que
los huevitos se les caían? ¿Por qué el pino y su fruto, la piña, tenían la
misma forma puntiaguda? Si se lo preguntaba a mamá o a mi abuela me contestaban. “Porque sí” o “Porque Dios lo
quiso”, o que una chica debe estar
ocupada y no andar preguntando pavadas. Alguna vez el leñador me enseñó a
orientarme en el bosque mirando de qué lado crecía el musgo en los árboles.
Pero no lo terminé de entender, y lo veía tan poco...
Yo sentía que tanto mi
mamá como mi abuela siempre tenían razón. Y esa mala costumbre de que se me
escaparan pensamientos me ponía bastante mal. Cuando me encontré con Ud. sólo
recordé la advertencia de mamá. “Cuidado con el lobo”. Pero -me dije
atolondrada- ¿cuidado de qué? Encima me había entretenido con las flores, dos pecados
juntos y pensar si la vieja no estaría equivocada. Para colmo Ud. era amable,
poderoso y pícaro. Con una sola pregunta, con tres frases que me dijo, logró
que yo le ubicara la casa de mi abuela, que fuéramos los dos para allá, y
encima, Ud. por el camino más corto y yo
por el más largo.
Después, entre a la
casa. A partir de ahí poco y nada recuerdo. Sólo el miedo y la oscuridad.
Dicen que Ud. me comió
entera. Gracias, eso ayudó a que saliera bien parada. El leñador se portó, hizo
lo suyo ese muchacho. La que salió muy enojada fue mi abuela que repetía todo
el tiempo: “Yo le dije a tu madre, yo le dije a tu madre”.
En fin, don Lobo, pasó
mucho tiempo. Pero cuando yo salí de su panza y pude sacudirme un poco el
susto, me dije: “A estas ya no les hago más caso”. No sé si Ud. seguirá tan
bestia como antes o cambió un poco después de semejante experiencia. Lo que sí
sé es que sigue vivito coleando y tiene hijos y nietos como yo. Y que algo
podría haber pensado sobre estas cosas.
La historia, para mí,
siguió para adelante con mi hija, con la nieta. Cada tanto la pequeña Sidonia
tiene que cruzar el bosque. Eso es inevitable, ni siquiera es noticia. Siempre
se encuentra con todo lo probable de encontrar en un bosque. Pero ella sabe
algo sobre esas cosas. ¡Con los tiempos que estamos viviendo!
La última vez se
encontró con un lobito bastante piola y se hicieron tan pero tan amigos que no
dan para personajes de cuentos como el que vivimos nosotros. Me alegro. Aunque
parezca mentira, algo cambió en este mundo y por lo menos esta nieta mía
necesita un cuento diferente.
Desde todos estos años
que me sirvieron para mirarme mejor, lo saluda atte.
Caperucita
Roja.
Devetach, Laura. 1991
Oficio de palabra
Buenos Aires. Colihue