Roldán, Gustavo
Cruel historia de un pobre lobo hambriento.
- ¿Y cuentos, don
sapo? ¿A los pichones de la gente le gustan los cuentos?- preguntó el piojo.
- Muchísimo.
- ¿Usted no aprendió
ninguno?
- ¡Uf! un montón.
- ¡Don sapo,
cuéntenos alguno!- pidió entusiasmada la corzuela.
- Les voy a contar
uno que pasa en un bosque. Resulta que había una niñita que se llamaba
Caperucita Roja y que iba por medio del bosque a visitar a su abuelita. Iba con
una canasta llena de riquísimas empanadas que le había dado su mamá...
- ¿Y su mamá la había
mandado por medio del bosque?- preguntó preocupada la paloma.
- Sí, y como
Caperucita era muy obediente...
- Más que obediente,
me parece otra cosa- dijo el quirquincho.
- Bueno, la cuestión
es que iba con la canasta llena de riquísimas empanadas...
- ¡Uy, se me hace
agua la boca!- dijo el yaguareté.
- ¿Usted también
piensa en esas empanadas?- preguntó el monito.
- No, no- se relamió
el yaguareté-, pienso en esa niñita.
- No interrumpan que
sigue el cuento- dijo el sapo; y poniendo voz de asustar continuó la historia-:
cuando Caperucita estaba en medio del bosque se le apareció un lobo enorme,
hambriento...
- ¡Es un cuento de
miedo! ¡Qué lindo!- dijo el piojo saltando en la cabeza del ñandú-. A los que
tenemos patas largas nos gustan los cuentos de miedo.
- Bueno, decía que
entonces le apareció a Caperucita un lobo enorme, hambriento...
- ¡Pobre...!- dijo el
zorro.
- Sí, pobre
Caperucita- dijo la pulga.
- No, no- aclaró el
zorro-, yo digo pobre el lobo, con tanta hambre. Siga contando, don sapo.
- Y entonces el lobo
le dijo: Querida Caperucita, ¿te gustaría jugar una carrera?
- ¡Cómo no!- dijo
Caperucita-. Me encantan las carreras.
- Entonces yo me voy
por este camino y tú te vas por ese otro.
- ¿Tú te vas? ¿Qué es
tú te vas?- preguntó intrigado el piojo.
- No sé muy bien-
dijo el sapo-, pero la gente dice así. Cuando se ponen a contar un cuento a
cada rato dicen tú y vosotros. Se ve que eso les gusta.
- ¿Y por qué no
hablan más claro y se dejan de macanas?
- Mire mi hijo, parece
que así está escrito en esos libros de dónde sacan los cuentos.
- Y cuando hablan,
¿También dicen esas cosas?
- No, ahí no. Se ve
que les da por ese lado cuando escriben.
- Ah, bueno, no es
tan grave entonces- dijo el monito-. ¿Y qué pasó después?
- Y entonces cada uno
se fue por su camino hacia la casa de la abuela. El lobo salió corriendo a todo
lo que daba y Caperucita, lo más tranquila, se puso a juntar flores.
- ¡Pero don sapo-
dijo el coatí-, esa Caperucita era medio pavota!
- A mí me hubiera gustado
correr esa carrera con el lobo- dijo el piojo-. Seguro que le gano.
- Bueno, el asunto es
que el lobo llegó primero, entró a la casa, y sin decir tú ni vosotros se comió
a la vieja.
- ¡Pobre!- dijo la
corzuela.
- Sí, pobre- dijo el
zorro-, qué hambre tendría para comerse una vieja.
- Y ahí se quedó el
lobo, haciendo la digestión- siguió el sapo-, esperando a Caperucita.
- ¡Y la pavota meta
juntar flores!- dijo el tapir.
- Mejor- dijo el
yaguareté- déjela que se demore, así el lobo puede hacer la digestión tranquilo
y después tiene hambre de nuevo y se la puede comer.
- Eh, don yaguareté,
usted no le perdona a nadie. ¿No ve que es muy pichoncita todavía?- dijo la
iguana.
- ¿Pichoncita? No
crea, si anda corriendo carreras con el lobo no debe ser muy pichoncita. ¿Cómo
sigue la historia, don sapo? ¿Le va bien al lobo?
- Caperucita juntó un
ramo grande de flores del campo, de todos colores, y siguió hacia la casa de su
abuela.
- No, don sapo-
aclaró el zorro-, a la casa de la abuela no. Ahora es la casa del lobo, que se
la ganó bien ganada. Mire que tener que comerse a la vieja para conseguir una
pobre casita. Ni siquiera sé si hizo buen negocio.
- Bueno, la cuestión
es que cuando Caperucita llegó el lobo la estaba esperando en la cama,
disfrazado de abuelita.
- ¿Y qué pasó?
- Y bueno, cuando
entró el lobo ya estaba con hambre otra vez, y se la tragó de un solo bocado.
- ¿De un solo bocado?
¡Pobre!- dijo el zorro.
- Sí, pobre Caperucita-
dijo la paloma.
- No, no, pobre lobo.
El hambre que tendría para comer tan apurado.
- ¿Y después, don
sapo?
- Nada. Ahí terminó
la historia.
- ¿Y esos cuentos les
cuentan a los pichones de la gente? ¿No son un poco crueles?
- Sí, don sapo- dijo el
piojo-, yo creo que son un poco crueles. No se puede andar jugando con el
hambre de un pobre animal.
- Bueno, ustedes me
pidieron que les cuente... No me culpen si les parece cruel.
- No lo culpamos, don
sapo, a nosotros nos interesa conocer esas cosas.
- Y otro día le vamos
a pedir otro cuento de esos con tú.
- Cuando quieran,
cuando quieran- dijo, y se fue a los saltos murmurando-: ¡Si sabrá de tú y de
vosotros este sapo!